Saturday, April 23, 2016

Fragmentos sin imán

Curioso cómo en Cuba antiguos ultramilitantes "marxistas", que citaban más los manuales soviéticos que al mismo Marx, han asumido ahora toda la parafernalia conceptual de la postmodernidad y se han contagiado con la epidemia de political corretness que desde hace mucho aqueja al universo académico norteamericano: feminismo versus falocentrismo, discursos de género, estudios culturales, estudios postcoloniales, negritud versus "blanquitud", homosexualidad versus heterosexualidad.

En su caída, el campo socialista al parecer arrastró consigo el prestigio teórico de la ideología que supuestamente lo sustentaba, es decir, el "marxismo". Habría que preguntarse hasta dónde el pensamiento de Marx era sustento de ese mundo en quiebra, hasta dónde la crítica demoledora de toda ideología pudiera haber devenido, ella misma, una retórica ideológica que justificara el statu quo burocrático. De haber sido seguidor de Marx en esos momentos, no habría dejado que mis convicciones ni mis certezas teóricas cayesen bajo los escombros del Muro de Berlín, del mismo modo que un católico romano no dejaría de ser tal si desapareciera el Vaticano. Pero yo no era marxiano y mucho menos comunista. Al contrario, fui uno de los que festejaron el derrumbe y hasta encargué uno de los ladrillos a un primo que, gracias al CAME, trabajaba en la RDA. Me quedé sin el ladrillo, y el primo  nunca regresó... Pero una posterior certeza vivencial me hizo ver que sí, que los puntos fundamentales de las tesis de Marx conservaban una terca salud. Entre ellos, la contradicción entre los que poseen los medios de producción y los que solo poseen su fuerza de trabajo como mercancía y son explotados dentro de ese orden, y mi anhelada democracia no era más que un mecanismo de entretenimiento infinito para postergar y encubrir esa tensión estructural y sus consecuencias. Esa contradicción fundamental generaba un sujeto de cambio histórico constituido por los desposeídos, tuviesen la identidad racial o sexual que fuese. Pero ese potencial sujeto de cambio, en manos de ciertos teóricos y sagaces estrategas estatales, se fue fragmentando entre hombres y mujeres, negros y blancos, heterosexuales y homosexuales, emigrantes y nacionales, falocéntricos y feministas. El capitalismo, muy "generosamente" después de  dramáticas jornadas, fue capaz de conceder a cada uno de estos desmovilizados fragmentos —siempre que se comportaran como tales—  una porción de "derechos" dentro de un Orden que se autodefinió como el Fin de la Historia.  Los blue jeans desagarrados de los escandalizantes rockeros entraron en las vidrieras comerciales, y los rockeros mismos empezaron a cantar en la Casa Blanca. Los obreros, después de aquellas centenarias luchas por la jornada de ocho horas, se convirtieron en ejemplares ciudadanos que ruegan por horas de overtime. De todos aquellos esfuerzos transgresores solo quedan algunos blue jeans y un budismo con tarjetas de crédito que ha pactado con el samsara infernal de las leyes de Adam Smith.

Los franceses, que nunca se quedan atrás si de la moda se trata, convirtieron el "revés" del 68 en una "victoria". Con el usual talento de sus escritores y teóricos, empaquetaron su fracaso revolucionario y su eterno culipandeo con el nombre de postmodernidad, y ay de quien se rehusara a admitir la nueva boutique conceptual, ese no era más que un "moderno" con la cabeza llena de "metarrelatos". Gracias a Dios, yo conocía a Spengler y sabía que todos estos "saberes" no eran más que estertores de la decadencia, desde el New Age hasta los estudios postcoloniales. Leer  pensadores alemanes aunque sea traducidos, nos quita el miedo ante La Línea Maginot de esa "izquierda" supuestamente transgresora  que no es más que el flautista de Hamelin del Capitalismo global.

Convertir cualquiera de esas involuciones conceptualizadas en paradigmas teóricos analíticos para minar a Cuba desde dentro es una canallada.

Ahora resulta que Cuba, la que ha peleado solita en medio de la noche mundial de la Usura, la que ha dado todo por todos, es "racista" y "falocéntrica". Hay que ser un desvergonzado para calificar de racista a un Estado que, a pesar de algunas terquedades psico-sociales inerciales de la población, no ha hecho más que promover a todos los sectores más desfavorecidos desde los orígenes de la nación. Esa nación y ese estado fueron los que hicieron efectivo el proceso de descolonización de África y el fin del apartheid. Así que si alguien quiere hablar de antirracismo y postcolonialidad en serio, que les pregunte  a los seguidores de Nelson Mandela, dónde, si no en La Habana, se puede hablar con autoridad moral.


En  fin, que debe de haber maneras mas dignas de conseguirse una beca en una universidad norteamericana. ¿O no?

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