Curioso cómo en Cuba antiguos ultramilitantes "marxistas", que
citaban más los manuales soviéticos que al mismo Marx, han asumido ahora toda
la parafernalia conceptual de la postmodernidad y se han contagiado con la
epidemia de political corretness que
desde hace mucho aqueja al universo académico norteamericano: feminismo versus
falocentrismo, discursos de género, estudios culturales, estudios postcoloniales,
negritud versus "blanquitud", homosexualidad versus heterosexualidad.
En su caída, el campo socialista al parecer arrastró consigo el prestigio
teórico de la ideología que supuestamente lo sustentaba, es decir, el
"marxismo". Habría que preguntarse hasta dónde el pensamiento de Marx
era sustento de ese mundo en quiebra, hasta dónde la crítica demoledora de toda
ideología pudiera haber devenido, ella misma, una retórica ideológica que
justificara el statu quo burocrático. De haber sido seguidor de Marx en esos
momentos, no habría dejado que mis convicciones ni mis certezas teóricas
cayesen bajo los escombros del Muro de Berlín, del mismo modo que un católico romano
no dejaría de ser tal si desapareciera el Vaticano. Pero yo no era marxiano y mucho
menos comunista. Al contrario, fui uno de los que festejaron el derrumbe y
hasta encargué uno de los ladrillos a un primo que, gracias al CAME, trabajaba
en la RDA. Me quedé sin el ladrillo, y el primo nunca regresó... Pero una posterior certeza
vivencial me hizo ver que sí, que los puntos fundamentales de las tesis de Marx
conservaban una terca salud. Entre ellos, la contradicción entre los que poseen
los medios de producción y los que solo poseen su fuerza de trabajo como
mercancía y son explotados dentro de ese orden, y mi anhelada democracia no era
más que un mecanismo de entretenimiento infinito para postergar y encubrir esa
tensión estructural y sus consecuencias. Esa contradicción fundamental generaba
un sujeto de cambio histórico constituido por los desposeídos, tuviesen la
identidad racial o sexual que fuese. Pero ese potencial sujeto de cambio, en manos
de ciertos teóricos y sagaces estrategas estatales, se fue fragmentando entre
hombres y mujeres, negros y blancos, heterosexuales y homosexuales, emigrantes
y nacionales, falocéntricos y feministas. El capitalismo, muy
"generosamente" después de dramáticas
jornadas, fue capaz de conceder a cada uno de estos desmovilizados fragmentos —siempre que se comportaran como tales— una porción de "derechos" dentro de
un Orden que se autodefinió como el Fin de la Historia. Los blue
jeans desagarrados de los escandalizantes rockeros entraron en las
vidrieras comerciales, y los rockeros mismos empezaron a cantar en la Casa Blanca.
Los obreros, después de aquellas centenarias luchas por la jornada de ocho
horas, se convirtieron en ejemplares ciudadanos que ruegan por horas de overtime. De todos aquellos esfuerzos
transgresores solo quedan algunos blue
jeans y un budismo con tarjetas de crédito que ha pactado con el samsara
infernal de las leyes de Adam Smith.
Los franceses, que nunca se quedan atrás si de la moda se trata,
convirtieron el "revés" del 68 en una "victoria". Con el
usual talento de sus escritores y teóricos, empaquetaron su fracaso
revolucionario y su eterno culipandeo con el nombre de postmodernidad, y ay de
quien se rehusara a admitir la nueva boutique conceptual, ese no era más que un
"moderno" con la cabeza llena de "metarrelatos". Gracias a
Dios, yo conocía a Spengler y sabía que todos estos "saberes" no eran
más que estertores de la decadencia, desde el New Age hasta los estudios postcoloniales.
Leer pensadores alemanes aunque sea traducidos,
nos quita el miedo ante La Línea Maginot de esa "izquierda"
supuestamente transgresora que no es más
que el flautista de Hamelin del Capitalismo global.
Convertir cualquiera de esas involuciones conceptualizadas en paradigmas
teóricos analíticos para minar a Cuba desde dentro es una canallada.
Ahora resulta que Cuba, la que ha peleado solita en medio de la noche
mundial de la Usura, la que ha dado todo por todos, es "racista" y
"falocéntrica". Hay que ser un desvergonzado para calificar de
racista a un Estado que, a pesar de algunas terquedades psico-sociales
inerciales de la población, no ha hecho más que promover a todos los sectores más
desfavorecidos desde los orígenes de la nación. Esa nación y ese estado fueron
los que hicieron efectivo el proceso de descolonización de África y el fin del
apartheid. Así que si alguien quiere hablar de antirracismo y postcolonialidad
en serio, que les pregunte a los
seguidores de Nelson Mandela, dónde, si no en La Habana, se puede hablar con
autoridad moral.
En fin, que debe de haber maneras
mas dignas de conseguirse una beca en una universidad norteamericana. ¿O no?
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