Friday, May 13, 2016

Varón de grandes agonías


      Jorge Valls fue un amigo. Aún debo conservar en algún rincón dos de sus cartas escritas desde la prisión: una medular incursión ontológica titulada “La Clave del Ser”, y un extenso y extraordinario poema, “Meditación de la Gran Pirámide, si mal no recuerdo.
Cuando viví en Miami al fin lo pude conocer personalmente. Me fascinaba su relampagueante intuición filosófica acompañada de un verbo bellamente articulado, aunque su español en algunos momentos pudo parecerme afectadamente castizo. Hablaba con un sorprendente rigor gramatical, como si leyese un libro dentro de su amplia frente.
No recuerdo por qué en una de nuestras primeras conversaciones le dije: “Jorge, tú sabes que yo soy anticomunista”. Jorge abrió ampliamente el arco de sus tupidas cejas, me miró fijo y me interrumpió con estas palabras: "Hijo mío, no te definas nunca como anti-nada, eso es dejarse definir por aquello que te adversa. Una definición esencial no puede provenir de una negación que te ate morbosamente a lo negado. Simplemente eres varón, y el varón como delantero o decidor de la especie, mordido de Dios en el corazón es el hacedor del camino, el que otea el bien y arrostra el destino, y entonces el mundo estará contra él, digo: contra ti, pero tú no estás contra nadie, es el mundo el que está contra ti, y no le falta razón. ¿Acaso no te has leído a los trágicos griegos o tú creías que esto era tan fácil? Ay, Dios mío, pero qué tú haces hablando con estos viejos en este desierto que dicen que es una ciudad. Sálvate, vete de aquí, a Madrid, Ciudad México o Buenos Aires, a las grandes plazas de la hispanidad"
Nunca me fui a esas "grandes plazas de la hispanidad". Y con mi Renault Alliance me beneficiaba de la conversación de ese hombre que cuando hablaba estaba como en trance, con los ojos presos de una luz milenaria. Yo estaba orgulloso también de mi automóvil, el primero que tuve, porque en la Renault había trabajado Simone Weil, y yo que aspiraba a ser filósofo con un pensador real a mi lado.
Lo llevaba a las reuniones del Partido Social Revolucionario Democrático Cubano, del cual llegué a formar parte. El nombre del Partido era casi más largo que la lista de sus miembros. Cualquier terrorista nos habría hecho desaparecer fácilmente con una granada de mano. Pero qué bien se estaba bajo aquella mata de aguacates en la casa de ese pensador socialista libertario llamado Roberto Simeón, con Manolo Fernández, combatiente de la Guerra Civil Española y primer Ministro del Trabajo al triunfo de la Revolución cubana; Caraballo, un guajiro socialista y ex alzado del Escambray, otros ex presos políticos cubanos, además de algún joven historiador cubano…  ah, y un aguerrido amigo de Frank País. Aquello era una encantadora amalgama de hombres disímiles y honrados enamorados de Cuba y de imaginar su destino.
Los discursos bajo la sombra del aguacate se acaloraban: Roberto y yo exponíamos sobre la necesidad de que la socialización de los medios de producción debía estar acompañada por una simultánea socialización del poder, pues sin la participación ciudadana el socialismo tendía a esclerosarse y a negarse a sí mismo creando nuevas enajenaciones.
Roberto evocaba la figura de Antonio Guiteras Holmes, ese adorable conspirador fundacional cubano de origen irlandés nacido en Norteamérica. Charles Simeón —su hermano y olvidado, además de controversial, intelectual revolucionario— era amigo de Guiteras, y Roberto era un niño cuando vio al mártir del Morrillo fumándose un cigarrillo mientras esperaba silenciosamente en la acera, bajo un árbol, a su hermano Charles, sabe Dios para qué andanza subversiva.
¡Qué bello era saber de Guiteras “todavía vivo”, aquel hombre que, según Julio César Guanche, estaba atravesado por una “decisión callada” de apurar nuestra entrada en la Historia como nación decantada en la Justicia! Viéndolo "vivo" y ya sabiendo el terrible libreto de antemano, uno tenía ganas de gritarle todavía: “Sí, ejecuta al hijo de puta de Batista, no le hagas caso al ambiguo de Grau San Martín... No, Antonio, no vayas al Morrillo.”
Entonces el análisis histórico se remontaba hasta los comuneros de Castilla, el derecho de gentes y la noción hispano-católica del poder como un servicio sacro y no como el derecho divino creado por los protestantes... y ahí aparecían los nombres de Melchor Cano, el Padre Vitoria, Las Casas y el gigante Francisco Suárez con su "la voz del pueblo es la voz de Dios" y el concepto tomista de que cada persona era una totalidad única por la que respiraba la Creación entera y por tanto era un sagrado nudo ontológico de deberes y derechos. Nuestros "derechos humanos" venían del Imperio de Carlos V y no del atomismo individualista contractual de la revolución francesa ni norteamericana.  Casi cuatrocientos años antes ya habían sido pensados esos derechos; pero nunca separados de los deberes ni del honor o la hidalguía, y todo eso sin las carnicerías de Robespierre o del canalla de Marat. Era el momento en que entraba la voz de Jorge Valls con aquella resonancia que parecía provenir de la misma garganta de la Caverna de Platón: "El catolicismo —y la espiritualidad yoruba, agrego yo— es consubstancial con la nación cubana, Cuba es la última estribación de la civilización romano-latina en medio de la encrucijada geopolítica de su vecindad con el imperialismo calvinista anglosajón. No, Estados Unidos no es análogo con la grandeza de Roma, más bien es una nueva y gigantesca Cartago." Yo añadía que la negación de María como Madre de Dios los convierte en huérfanos teológicos y todo huérfano, desde su desamparo, está obligado al cálculo egoísta. El capitalismo nace de esa orfandad que proclama "sálvese quien pueda". Y esa condición sombría es agravada por la obsesión alienante con el cuerpo y la sexualidad como fuentes del mal. ¡Como si el diablo tuviera cuerpo! Él confirmaba que sí, que por ahí es que iba la cosa, pues la negación racionalista de los Dogmas es la raíz de todas las perversiones, enajenaciones y esclavizantes idolatrías modernas.
Caraballo, el ex alzado, bondadoso y sencillo dice: "Si, yo soy socialista, pero Fidel es del carajo pa’arriba...". El vivía de recoger metales, hierros viejos, para venderlos. Así de pobre, muchas veces sacó al Partido de apuros financieros. Una vez me dijo en Santo Domingo: "Óyeme, Zamora, Jorge Valls no es fácil. Cuando menos la gente lo espera él suelta un bombazo, se forma la grande y yo siempre en el medio pa' que no lo maten. Una vez en el penal de Isla de Pinos quiso conmemorar la muerte de Pedro Albizu Campos, el puertorriqueño ese, tu sabes, y los presos batistianos no lo dejaron terminar el discurso y querían matarlo, entonces nosotros los revolucionarios nos fajamos por él. Mas tarde en Boniato pasó lo mismo cuando se le ocurrió conmemorar la muerte de Manzanita, qué lío. Mira, más tarde, en una reyerta, no me acuerdo ahora por qué, nos fajamos con la guarnición, les dimos buenos piñazos a los guardias, pero uno de ellos le dió un bayonetazo a un preso que quedó en estado grave. Por la noche había mucha tristeza y un silencio tremendo en el pabellón, y Jorge habló… pa’ su madre… dijo que teníamos que rezar, y la gente dijo sí, hay que rezar por fulano que está herido. Jorge respondió, no, él está salvado, vamos a rezar para que Dios perdone al guardia y su alma pueda entrar en el cielo... y ahí se formó tremenda gorda. Yo te digo que no es fácil. Vamos a darnos un trago de Brugal, que tú va a ver, ahorita él va a hablar de Simón Bolívar y Betances... y nadie sabe. Ya yo estoy viejo, ahora le toca a ustedes los jóvenes defenderlo. Jorge no se cura y gracias a Dios, qué carajo."  
Cuando el Cardenal cubano visitó Miami fui con Jorge a la Universidad para escuchar al prelado. A la salida me presentó a Lucy Echeverría, la hermana de Manzanita. Qué mujer tan fina, dulcemente altiva, bella. Era ese tipo de cubanas, yo diría, casi en extinción, de voz educada y buenas maneras. Ella no quería creer que en Cuba todos los años, en el aniversario del Ataque a Palacio, la nación entera escuchaba la voz todavía viva de su hermano en Radio Reloj: "Pueblo de Cuba..." cómo duelen esas palabras de José Antonio anunciando en tiempo presente algo que no se logró. Otra vez se nos había escapado el eterno sargento de nuestra Historia, y fueron nuestros jóvenes más bellos y atrevidos quienes se desangraron tendidos en las aceras de La Habana. Cuántos más Antonios... nos costará Batista. Me sentí honrado de conocer a esa bella señora de tal abolengo. Quién iba a imaginar que Jorge iba a morir en brazos de ella mientras le cantaba Salve Regina. Él, que siempre insistió en tener una dolorosa vergüenza de estar vivo, de no haber muerto junto al hermano de Lucy en aquella fecha de marzo. En complicidad con la Providencia, se las arregló por fin para morir dentro de la Iglesia y del Directorio... Hasta muriendo hizo de las suyas.
Es curioso cómo la compleja y agónica figura de Jorge es recortada postmorten por algunos ideólogos de la desconstruccion nacional para incluirlo en un espurio santoral socialdemócrata o demócrata-cristiano. Sí, era cristiano, demócrata y socialista pero nunca socialdemócrata ni de la democracia cristiana, ese fascismo de tercera amasado con agua bendita. Es increíble que un deconstructor de Cuba como una "invención" de José Martí se atreva a rendirle homenaje a Valls,  martiano, católico, y apasionado antiimperialista. Jorge consideraba que la nación o la patria no eran nunca una opción, sino el ámbito sacrificial anterior desde el cual son posibles todas las opciones... Le indignaba el neo-anexionismo generalizado y a veces disfrazado de todas las corrientes políticas del "exilio". Una vez le dije que entre los nuevos teóricos cubanos el Estado-nación ya era algo anticuado y desmontable, y el respondía que entonces, en ese caso, que comiencen por desmontarse simultáneamente los Estados-naciones imperiales: ¡Bajémonos los pantalones, pero todos al mismo tiempo y bien pegados a la pared! El hombre es universal solo desde el palmo de tierra en que ha nacido. El camino hacia Dios era la propia patria y por esa condición vehicular era un sacramento... No obstante, el mismo Jorge creó de antemano las premisas de esa ambigüedad o polisemia política que propicia que muchos bandos lo reclamen para sí con cierta razón. Las lealtades afectivas nacidas en la prisión lo convertían en amigo solidario y concejero espiritual de personas inscritas en las más irreconciliables posturas. Su vocación sacerdotal, y su impronta de gran poeta, conspiraban dentro de sí contra su radicalidad política. Lo mismo tarareaba El Quinto Regimiento que Cara al Sol, cosa que a mí me gustaba. Admirablemente le dolía tanto la muerte de Federico García Lorca como la de Ramiro de Maeztu. Era a la vez amigo de Monseñor Boza Mas Vidal, o de un ex miembro "micro-fraccionario" del PSP, de un demócrata cristiano ex miembro de la ACU reclutado por la CIA, de un ejecutor del grupo de Frank País... o de algún misterioso militar cubano recién exilado, además de todos y cada uno de los ex presos políticos deambulantes por Miami, New York o New Jersey. Aunque no todos esos ex presos le respondían con el mismo amor. Incluso, uno muy cercano allá en los tiempos de los plantados de Boniato, y ex agente de una agencia extranjera, que le debía la corrección de sus poemas, bastante malos, por cierto, lo trató de manera muy desleal y esquivamente durante un encuentro que tuvimos en República Dominicana. Ninguno de sus sacrificios ni desvelos solidarios eran recordados o tenidos en cuenta cuando Valls, más allá de su trágica diferencia con el Estado cubano, acentuaba los aspectos sociales, antiimperialistas y latinoamericanistas de su pensamiento.  
Durante la agonía de "el negro" Juan Sánchez, amigo de los tiempos de Boniato, Jorge fue su cocinero, enfermero y sacerdote, y durante esos meses aquella casa era un lugar de paso o reunión del más variopinto elenco ideológico antifidelista. Un día el negro Juan Sánchez desde la cama le dijo a Valls en mi presencia: "Jorge, no le demos más vueltas, Fidel nos ganó la pelea y en buena lid, qué carajo". Jorge se rió estruendosamente y le rogó que descansara.
Valls era de una finura y com-pasión sin paralelos, en medio de la más "irradiante pobreza", como Cintio diría. En una ocasión me vio cara de hambre e hirvió un huevo para mí. Lo sirvió en una copilla ovalada de plata, le rompió la punta del cascarón y a través del orificio le hizo caer unas gotas de aceite de oliva extravirgen pasado por ajo. Colocó ahí mismo una pequeña y antigua cucharilla, sirvió una rodaja de pan tostado y una taza de té. Nunca he probado algo mejor ni me he vuelto a sentir servido con tanta dignidad.
Amaba a México, y solía repetir aquello de Vasconcelos de que ese país era tan hijo de Cortés como de la Malinche. Admiraba la Revolución mexicana, a Hidalgo, a Juárez, y para él Maximiliano de Habsburgo había terminado siendo, trágicamente, también un "mexicano"... Cuando escalaba alguna de las pirámides mayas experimentaba una sobrecogedora cercanía a Dios. Una vez, al regreso de uno de sus viajes a la nación azteca, habló con cierta desconfianza de Cuauhtémoc Cárdenas, con quien se había encontrado. Dijo que no era ni la sombra del padre y que tenía un extraño vínculo con la gente del Norte. Durante esos mismos días me entregó una carta destinada a Carlos Andrés Pérez. A duras penas logré llegar a una dirección en South Beach donde un misterioso señor la recogió agradecido y le envió a Jorge "saludos de nuestro Presidente"... Hacia muchos años que Carlos Andrés no era mandatario de Venezuela.
En una ocasión Jorge me dijo: “Voy a tener que confesarme, pues he estado pensando en la posibilidad de la reencarnación. Es que una sola vida no alcanza, hijo mío, y tengo tanto que hacer”. Llegó a decirme que a veces él sentía que ya había vivido en el antiguo Egipto y que quién sabe si Fidel era la reencarnación de un general golpista egipcio durante el reinado de Akenaton.
En una de mis tantas misiones de chofer del Partido durante mis comienzos, escuché que Jorge hablaba con Roberto y Manolo de "alguien" a quien había que comprender e interpelar, y con el que había que hablar urgentemente para salvar a la nación. Yo metí la cuchareta preguntando que de quién se trataba y Jorge me respondió: “De quien va ha ser, hijo mío, de Fidel Castro Yo parqueé el carro en Coral Way y le respondí que cómo que con Fidel, que ya era socialista pero hasta ahí yo no llegaba. Aquel hombre entró en cólera sagrada y me dijo con toda la fuerza tronadora de su voz: "Sí, con Fidel. No seas mezquino, hijo mío, piensa en grande, no seas sietemesino. Fidel es un varón de grandes agonías y ha sufrido tanto como nosotros la prisión de su Poder, no será muy legal que digamos, pero sí es justiciero". Yo insistí en que ese "varón" lo había encerrado veinte años. Él respondió: “¡Y qué! ¡Y qué! Me jodí, sí, ¡y qué!" Me pareció que estaba casi a punto de llorar.
Esa vez llegué a casa cabizbajo, confundido y ofendido. No dejaba de resonar en mí cabeza aquello de "mezquino" y "sietemesino"... Es algo terrible sentirse amonestado por la ira de un hombre bueno.
Cierto tiempo después, allá entre finales del 96 y comienzos del 97, varios miembros de aquel grupo fuimos citados sorpresivamente en la noche a una reunión urgente en la que Jorge, en medio de una atmósfera algo conspirativa, nos informó de que pronto estaríamos sentados conversando con el gobierno en La Habana, y que para ello debíamos tomar algunas medidas y puntualizar ciertos puntos de nuestra agenda en el interregno... Manolo Fernández dijo algunas palabras que no recuerdo, Roberto también. Todos asentimos callados.   
La historia que siguió a todo eso es muy larga. Aquel diálogo del Partido Social Revolucionario con el gobierno cubano no se concretó. Nunca pude saber claramente cómo se esfumó aquel encuentro en La Habana. Jorge finalmente se adentró por otras veredas. Yo, después de todo, me quedé con ganas..., tantas que más tarde, en mi camino a Cuba, atravesando por otras organizaciones, tuve que dejar a Jorge atrás, no sin cierto dolor. Él me había llevado hasta la orilla, pero el peso final de su dolorosa trayectoria, sumada a sus entuertos afectivos y políticos, nunca le permitió cruzar.  Sus pies cansados ya no podían con la limpia exigencia de la misma palabra que lo habitaba. Me despedí de él agradecido y amigo. Y me fui a estrechar la mano de aquel "varón de grandes agonías".

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