Jorge Valls fue un amigo. Aún debo conservar en algún rincón dos de sus cartas escritas desde la prisión: una medular incursión ontológica titulada “La Clave del Ser”, y un extenso y extraordinario poema, “Meditación de la Gran Pirámide”, si mal no recuerdo.
Cuando
viví en Miami al fin lo pude conocer personalmente. Me fascinaba su
relampagueante intuición filosófica acompañada de un verbo bellamente
articulado, aunque su español en algunos momentos pudo parecerme afectadamente
castizo. Hablaba con un sorprendente rigor gramatical, como si leyese un libro
dentro de su amplia frente.
No
recuerdo por qué en una de nuestras primeras conversaciones le dije: “Jorge, tú
sabes que yo soy anticomunista”. Jorge abrió ampliamente el arco de sus tupidas
cejas, me miró fijo y me interrumpió con estas palabras: "Hijo mío, no te definas nunca como anti-nada,
eso es dejarse definir por aquello que te adversa. Una definición esencial no
puede provenir de una negación que te ate morbosamente a lo negado. Simplemente
eres varón, y el varón como delantero o decidor de la especie, mordido de Dios
en el corazón es el hacedor del camino, el que otea el bien y arrostra el
destino, y entonces el mundo estará contra él, digo: contra ti, pero tú no estás contra nadie, es el mundo el que está
contra ti, y no le falta razón. ¿Acaso no te has leído a los trágicos griegos o tú creías que esto era tan fácil? Ay, Dios mío, pero qué tú haces
hablando con estos viejos en este desierto que dicen que es una ciudad.
Sálvate, vete de aquí, a Madrid, Ciudad México o Buenos Aires, a las grandes
plazas de la hispanidad"
Nunca
me fui a esas "grandes plazas de la hispanidad". Y con mi Renault Alliance me beneficiaba de la conversación
de ese hombre que cuando hablaba estaba como en trance, con los ojos presos de
una luz milenaria. Yo estaba orgulloso también de mi automóvil, el primero que
tuve, porque en la Renault había
trabajado Simone Weil, y yo que aspiraba a ser filósofo con un pensador real a
mi lado.
Lo
llevaba a las reuniones del Partido Social Revolucionario Democrático Cubano,
del cual llegué a formar parte. El nombre del Partido era casi más largo que la
lista de sus miembros. Cualquier terrorista nos habría hecho desaparecer fácilmente
con una granada de mano. Pero qué bien se estaba bajo aquella mata de aguacates
en la casa de ese pensador socialista libertario llamado Roberto Simeón, con Manolo Fernández, combatiente de
la Guerra Civil Española y primer Ministro del Trabajo al triunfo de la Revolución
cubana; Caraballo, un guajiro socialista y ex alzado del Escambray, otros
ex presos políticos cubanos, además de algún joven historiador cubano… ah, y un aguerrido amigo de Frank País. Aquello
era una encantadora amalgama de hombres disímiles y honrados enamorados de Cuba
y de imaginar su destino.
Los
discursos bajo la sombra del aguacate se acaloraban: Roberto y yo exponíamos
sobre la necesidad de que la socialización de los medios de producción debía estar
acompañada por una simultánea socialización del poder, pues sin la participación
ciudadana el socialismo tendía a esclerosarse y a negarse a sí mismo creando
nuevas enajenaciones.
Roberto
evocaba la figura de Antonio Guiteras Holmes, ese adorable conspirador
fundacional cubano de origen irlandés nacido en Norteamérica. Charles Simeón —su hermano
y olvidado, además de controversial, intelectual revolucionario— era amigo de
Guiteras, y Roberto era un niño cuando vio al mártir del Morrillo fumándose un
cigarrillo mientras esperaba silenciosamente en la acera, bajo un árbol, a su hermano Charles, sabe Dios para
qué andanza subversiva.
¡Qué
bello era saber de Guiteras “todavía vivo”, aquel hombre que, según Julio César
Guanche, estaba atravesado por una “decisión callada” de apurar nuestra entrada
en la Historia como nación decantada en la Justicia! Viéndolo "vivo"
y ya sabiendo el terrible libreto de antemano, uno tenía ganas de gritarle todavía:
“Sí, ejecuta al hijo de puta de Batista,
no le hagas caso al ambiguo de Grau San Martín... No, Antonio, no vayas al
Morrillo.”
Entonces
el análisis histórico se remontaba hasta los comuneros de Castilla, el derecho de gentes y la noción hispano-católica del poder como un servicio sacro y no como el derecho divino creado por los
protestantes... y ahí aparecían los nombres de Melchor Cano, el Padre Vitoria, Las
Casas y el gigante Francisco Suárez con su "la voz del pueblo es la voz de Dios" y el concepto tomista de
que cada persona era una totalidad única por la que respiraba la Creación
entera y por tanto era un sagrado nudo ontológico de deberes y derechos.
Nuestros "derechos humanos" venían del Imperio de Carlos V y no del
atomismo individualista contractual de la revolución francesa ni
norteamericana. Casi cuatrocientos años
antes ya habían sido pensados esos derechos; pero nunca separados de los
deberes ni del honor o la hidalguía, y todo eso sin las carnicerías de
Robespierre o del canalla de Marat. Era el momento en que entraba la voz de Jorge
Valls con aquella resonancia que parecía provenir de la misma garganta de la
Caverna de Platón: "El catolicismo —y
la espiritualidad yoruba, agrego yo— es
consubstancial con la nación cubana, Cuba es la última estribación de la
civilización romano-latina en medio de la encrucijada geopolítica de su
vecindad con el imperialismo calvinista anglosajón. No, Estados Unidos no es
análogo con la grandeza de Roma, más bien es una nueva y gigantesca Cartago."
Yo añadía que la negación de María como Madre de Dios los convierte en huérfanos
teológicos y todo huérfano, desde su desamparo, está obligado al cálculo egoísta.
El capitalismo nace de esa orfandad que proclama "sálvese quien
pueda". Y esa condición sombría es agravada por la obsesión alienante con
el cuerpo y la sexualidad como fuentes del mal. ¡Como si el diablo tuviera
cuerpo! Él confirmaba que sí, que por ahí es que iba la cosa, pues la negación
racionalista de los Dogmas es la raíz de todas las perversiones, enajenaciones y esclavizantes idolatrías modernas.
Caraballo,
el ex alzado, bondadoso y sencillo dice: "Si, yo soy socialista, pero Fidel es del carajo pa’arriba...".
El vivía de recoger metales, hierros viejos, para venderlos. Así de pobre, muchas veces sacó al Partido de apuros financieros. Una vez me dijo en Santo
Domingo: "Óyeme, Zamora, Jorge Valls
no es fácil. Cuando menos la gente lo espera él suelta un bombazo, se forma la
grande y yo siempre en el medio pa' que no lo maten. Una vez en el penal de Isla
de Pinos quiso conmemorar la muerte de Pedro Albizu Campos, el puertorriqueño
ese, tu sabes, y los presos batistianos no lo dejaron terminar el discurso y
querían matarlo, entonces nosotros los revolucionarios nos fajamos por él. Mas
tarde en Boniato pasó lo mismo cuando se le ocurrió conmemorar la muerte de
Manzanita, qué lío. Mira, más tarde, en una reyerta, no me acuerdo ahora por qué,
nos fajamos con la guarnición, les dimos buenos piñazos a los guardias, pero uno
de ellos le dió un bayonetazo a un preso que quedó en estado grave. Por la
noche había mucha tristeza y un silencio tremendo en el pabellón, y Jorge habló…
pa’ su madre… dijo que teníamos que rezar, y la gente dijo sí, hay que rezar
por fulano que está herido. Jorge respondió, no, él está salvado, vamos a rezar
para que Dios perdone al guardia y su alma pueda entrar en el cielo... y ahí se
formó tremenda gorda. Yo te digo que no es fácil. Vamos a darnos un trago de
Brugal, que tú va a ver, ahorita él va a hablar de Simón Bolívar y Betances... y
nadie sabe. Ya yo estoy viejo, ahora le toca a ustedes los jóvenes defenderlo.
Jorge no se cura y gracias a Dios, qué carajo."
Cuando
el Cardenal cubano visitó Miami fui con Jorge a la Universidad para escuchar al
prelado. A la salida me presentó a Lucy Echeverría, la hermana de Manzanita. Qué
mujer tan fina, dulcemente altiva, bella. Era ese tipo de cubanas, yo diría, casi
en extinción, de voz educada y buenas maneras. Ella no quería creer que en Cuba
todos los años, en el aniversario del Ataque a Palacio, la nación entera escuchaba la voz todavía viva de su
hermano en Radio Reloj: "Pueblo de Cuba..." —cómo duelen esas
palabras de José Antonio anunciando en tiempo presente algo que no se logró.
Otra vez se nos había escapado el eterno sargento de nuestra Historia, y fueron
nuestros jóvenes más bellos y atrevidos quienes se desangraron tendidos en las
aceras de La Habana. Cuántos más Antonios... nos costará Batista. Me sentí
honrado de conocer a esa bella señora de tal abolengo. Quién iba a imaginar que
Jorge iba a morir en brazos de ella mientras le cantaba Salve Regina. Él, que
siempre insistió en tener una dolorosa vergüenza de estar vivo, de no haber
muerto junto al hermano de Lucy en aquella fecha de marzo. En complicidad con
la Providencia, se las arregló por fin para morir dentro de la Iglesia y del
Directorio... Hasta muriendo hizo de las suyas.
Es
curioso cómo la compleja y agónica figura de Jorge es recortada postmorten por
algunos ideólogos de la desconstruccion nacional para incluirlo en un espurio
santoral socialdemócrata o demócrata-cristiano. Sí, era cristiano, demócrata y
socialista pero nunca socialdemócrata ni de la democracia cristiana, ese
fascismo de tercera amasado con agua bendita. Es increíble que un deconstructor
de Cuba como una "invención" de José Martí se atreva a rendirle homenaje a Valls, martiano, católico, y apasionado antiimperialista. Jorge
consideraba que la nación o la patria no eran nunca una opción, sino el ámbito
sacrificial anterior desde el cual son posibles todas las opciones... Le
indignaba el neo-anexionismo generalizado y a veces disfrazado de todas las
corrientes políticas del "exilio". Una vez le dije que entre los
nuevos teóricos cubanos el Estado-nación ya era algo anticuado y desmontable, y
el respondía que entonces, en ese caso, que comiencen por desmontarse
simultáneamente los Estados-naciones imperiales: ¡Bajémonos los pantalones,
pero todos al mismo tiempo y bien pegados a la pared! El hombre es universal
solo desde el palmo de tierra en que ha nacido. El camino hacia Dios era la
propia patria y por esa condición vehicular era un sacramento... No obstante, el
mismo Jorge creó de antemano las premisas de esa ambigüedad o polisemia política
que propicia que muchos bandos lo reclamen para sí con cierta razón. Las
lealtades afectivas nacidas en la prisión lo convertían en amigo solidario y
concejero espiritual de personas inscritas en las más irreconciliables posturas.
Su vocación sacerdotal, y su impronta de gran poeta, conspiraban dentro de sí
contra su radicalidad política. Lo mismo tarareaba El Quinto Regimiento que Cara
al Sol, cosa que a mí me gustaba. Admirablemente le dolía tanto la muerte
de Federico García Lorca como la de Ramiro de Maeztu. Era a la vez amigo de Monseñor
Boza Mas Vidal, o de un ex miembro "micro-fraccionario" del PSP, de
un demócrata cristiano ex miembro de la ACU reclutado por la CIA, de un
ejecutor del grupo de Frank País... o de algún misterioso militar cubano recién
exilado, además de todos y cada uno de los ex presos políticos deambulantes por
Miami, New York o New Jersey. Aunque no todos esos ex presos le respondían con el
mismo amor. Incluso, uno muy cercano allá en los tiempos de los plantados de Boniato, y ex agente de
una agencia extranjera, que le debía la corrección de sus poemas, bastante malos,
por cierto, lo trató de manera muy desleal y esquivamente durante un encuentro
que tuvimos en República Dominicana. Ninguno de sus sacrificios ni desvelos
solidarios eran recordados o tenidos en cuenta cuando Valls, más allá de su
trágica diferencia con el Estado cubano, acentuaba los aspectos sociales,
antiimperialistas y latinoamericanistas de su pensamiento.
Durante
la agonía de "el negro" Juan Sánchez, amigo de los tiempos de
Boniato, Jorge fue su cocinero, enfermero y sacerdote, y durante esos meses
aquella casa era un lugar de paso o reunión del más variopinto elenco
ideológico antifidelista. Un día el negro Juan Sánchez desde la cama le dijo a Valls
en mi presencia: "Jorge, no le demos
más vueltas, Fidel nos ganó la pelea y en buena lid, qué carajo". Jorge
se rió estruendosamente y le rogó que descansara.
Valls
era de una finura y com-pasión sin
paralelos, en medio de la más "irradiante pobreza", como Cintio diría.
En una ocasión me vio cara de hambre e hirvió un huevo para mí. Lo sirvió en
una copilla ovalada de plata, le rompió la punta del cascarón y a través del orificio
le hizo caer unas gotas de aceite de oliva extravirgen pasado por ajo. Colocó
ahí mismo una pequeña y antigua cucharilla, sirvió una rodaja de pan tostado y
una taza de té. Nunca he probado algo mejor ni me he vuelto a sentir servido
con tanta dignidad.
Amaba a México, y solía repetir aquello de Vasconcelos de que ese país era tan
hijo de Cortés como de la Malinche. Admiraba la Revolución mexicana, a Hidalgo,
a Juárez, y para él Maximiliano de Habsburgo había terminado siendo, trágicamente,
también un "mexicano"... Cuando escalaba alguna de las pirámides mayas
experimentaba una sobrecogedora cercanía a Dios. Una vez, al regreso de uno de
sus viajes a la nación azteca, habló con cierta desconfianza de Cuauhtémoc
Cárdenas, con quien se había encontrado. Dijo que no era ni la sombra del padre
y que tenía un extraño vínculo con la gente del Norte. Durante esos mismos días
me entregó una carta destinada a Carlos Andrés Pérez. A duras penas logré
llegar a una dirección en South Beach donde un misterioso señor la recogió
agradecido y le envió a Jorge "saludos
de nuestro Presidente"... Hacia muchos años que Carlos Andrés no era
mandatario de Venezuela.
En
una ocasión Jorge me dijo: “Voy a tener
que confesarme, pues he estado pensando en la posibilidad de la reencarnación.
Es que una sola vida no alcanza, hijo mío, y tengo tanto que hacer”. Llegó
a decirme que a veces él sentía que ya había vivido en el antiguo Egipto y que
quién sabe si Fidel era la reencarnación de un general golpista egipcio durante
el reinado de Akenaton.
En
una de mis tantas misiones de chofer del Partido durante mis comienzos, escuché
que Jorge hablaba con Roberto y Manolo de "alguien" a quien había que
comprender e interpelar, y con el que había que hablar urgentemente para salvar
a la nación. Yo metí la cuchareta preguntando que de quién se trataba y Jorge
me respondió: “De quien va ha ser, hijo mío,
de Fidel Castro” Yo parqueé el
carro en Coral Way y le respondí que cómo que con Fidel, que ya era
socialista pero hasta ahí yo no llegaba. Aquel hombre entró en cólera sagrada y
me dijo con toda la fuerza tronadora de su voz: "Sí, con Fidel. No seas mezquino, hijo mío, piensa en grande, no seas
sietemesino. Fidel es un varón de grandes agonías y ha sufrido tanto como
nosotros la prisión de su Poder, no será muy legal que digamos, pero sí es
justiciero". Yo insistí en que ese "varón" lo había
encerrado veinte años. Él respondió: “¡Y
qué! ¡Y qué! Me jodí, sí, ¡y qué!" Me pareció que estaba casi a punto
de llorar.
Esa
vez llegué a casa cabizbajo, confundido y ofendido. No dejaba de resonar en mí
cabeza aquello de "mezquino" y "sietemesino"... Es algo
terrible sentirse amonestado por la ira de un hombre bueno.
Cierto
tiempo después, allá entre finales del 96 y comienzos del 97, varios miembros de
aquel grupo fuimos citados sorpresivamente en la noche a una reunión urgente
en la que Jorge, en medio de una atmósfera algo conspirativa, nos informó de que
pronto estaríamos sentados conversando con el gobierno en La Habana, y que para
ello debíamos tomar algunas medidas y puntualizar ciertos puntos de nuestra agenda
en el interregno... Manolo Fernández dijo algunas palabras que no recuerdo,
Roberto también. Todos asentimos callados.
La
historia que siguió a todo eso es muy larga. Aquel diálogo del Partido Social
Revolucionario con el gobierno cubano no se concretó. Nunca pude saber
claramente cómo se esfumó aquel encuentro en La Habana. Jorge finalmente se
adentró por otras veredas. Yo, después de todo, me quedé con ganas..., tantas
que más tarde, en mi camino a Cuba, atravesando por otras organizaciones, tuve que
dejar a Jorge atrás, no sin cierto dolor. Él me había llevado hasta la orilla,
pero el peso final de su dolorosa trayectoria, sumada a sus entuertos afectivos
y políticos, nunca le permitió cruzar. Sus
pies cansados ya no podían con la limpia exigencia de la misma palabra que lo
habitaba. Me despedí de él agradecido y amigo. Y me fui a estrechar la mano de
aquel "varón de grandes agonías".
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